
La noche del 21 al 22 de Julio de 1797 el general Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana no lograba conciliar el sueño debido a los espasmos bronquiales del asma. Miraba el techo y tosiendo repasaba su existencia con la tranquilidad que suelen hacer estas cosas los hombres mayores. Meditaba toda una vida solitaria entre papeles y milicias, hasta que de pronto se oyó un leve golpe de nudillos en la puerta de su estancia. Entró un oficial acalorado con noticias alarmantes: ocho buques ingleses en las costas de Santa Cruz, y Canarias sin unidades militares. Nuestro hombre comenzó a vestirse cansadamente y ordenó preparar las defensas de un ataque inminente. Contaba con sesenta y ocho años de edad, y la gran hazaña de su vida se iniciaba justamente ahora. ¿Con qué unidades militares?, preguntó el oficial sudoroso. Pues con lo que haya en esta isla, respondió el general Gutiérrez.
Aquella misma madrugada, las tropas de asalto del célebre contralmirante Horacio Nelson fueron inicialmente repelidas por las milicias de vecinos isleños, gracias a los vientos desfavorables y al hecho de estar en alerta de antemano. A pesar de todo, transcurridas unas horas una pequeña dotación de ingleses había logrado con mucho esfuerzo tomar tierra a la altura de Valleseco, preparando el asalto a Santa Cruz. Hasta allí envió refuerzos el general Gutiérrez, para taponar la entrada. Los ingleses se encontraron con un terreno escabroso, arrinconados y sin apoyo de fuego naval, de modo que se retiraron, reembarcando en sus buques luego de dos largos días de escaramuzas. Pero aquel no era el final de la historia.
Después de la aparente victoria, al general se le agravó su crisis asmática. Recluido en su estancia ordenó reforzar las defensas de Santa Cruz y reclutar más isleños. Entre toses compartió con sus allegados cierto pesimismo, alegando una derrota inevitable si llegara el segundo ataque de los ingleses. Vaticinó, además, que no demorarían en contraatacar. Efectivamente, en esto último acertó. La mañana siguiente las tropas de Horacio Nelson al completo navegaban silenciosas rumbo al puerto de Santa Cruz en ataque frontal. Iban cubiertas por lonas y procurando no ser vistas, para tomar al enemigo por sorpresa, pero en esto de vigilar y dar aviso se mostraron diestros los isleños, pues rápidamente descubrieron una vez más sus intenciones y comenzó el fuego de artillería sobre el invasor. Las baterías resonaron sin piedad y acribillaron la mayor parte de lanchas inglesas, en una de las cuales viajaba el contralmirante Nelson. Desde Paso Alto lanzó el cañón Tigre el proyectil que destrozaría su brazo. Nelson tuvo que ser evacuado y los invasores que lograron sobrevivir se vieron de nuevo acorralados en las costas de Santa Cruz. Rodeados por los defensores, los ingleses se vieron obligados a tomar resguardo en el convento de Santo Domingo. Mientras tanto, el asma del general Gutiérrez era ya insoportable y no lograba dar tres pasos sin toser. En voz queda el general daba órdenes certeras y acertadas mientras se contradecía presagiando la derrota inevitable que, según él, se cernía sobre la isla. Unas horas más tarde, otro oficial sudoroso le informó de la captura de algunos prisioneros, así como de las noticias que les fueron sonsacadas: los ingleses estaban en las últimas. Aquello levantó el ánimo de nuestro hombre, que de pronto pareció comprender algo que se le había escapado en el transcurso de su larga vida.
El 25 de Julio de 1797 el general Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana rubricó con su firma la rendición de los ingleses, a los que, además, obsequió con mil agasajos y una hospitalidad inquietante: cuidados médicos, víveres y lanchas para su retirada honrosa, además de ofrecer a los barcos ingleses la posibilidad de venir a tierra a comprar productos isleños. El propio Nelson, que perdió su brazo en la batalla, dejó escritas varias alabanzas a la nobleza del general. La población de la isla celebró la exitosa defensa por todo lo alto. Gutiérrez redactó un informe a sus superiores en la península explicando lo acontecido, solicitando ascensos a sus hombres y alertando de la raquítica preparación de la isla para futuras aventuras de este tipo. Las peticiones fueron casi todas denegadas y nuestro hombre se retiró a descansar.
Aquellas cinco jornadas, que tuvieron lugar hace más de doscientos años, cambiaron el sino de Canarias. Hoy los habitantes de Canarias serían ingleses, o algo parecido.
La salud del general fue empeorando inevitablemente y dos años después de la gran hazaña de su vida, Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana falleció en Santa Cruz de Tenerife, entre papeles y milicias.
Aquella misma madrugada, las tropas de asalto del célebre contralmirante Horacio Nelson fueron inicialmente repelidas por las milicias de vecinos isleños, gracias a los vientos desfavorables y al hecho de estar en alerta de antemano. A pesar de todo, transcurridas unas horas una pequeña dotación de ingleses había logrado con mucho esfuerzo tomar tierra a la altura de Valleseco, preparando el asalto a Santa Cruz. Hasta allí envió refuerzos el general Gutiérrez, para taponar la entrada. Los ingleses se encontraron con un terreno escabroso, arrinconados y sin apoyo de fuego naval, de modo que se retiraron, reembarcando en sus buques luego de dos largos días de escaramuzas. Pero aquel no era el final de la historia.
Después de la aparente victoria, al general se le agravó su crisis asmática. Recluido en su estancia ordenó reforzar las defensas de Santa Cruz y reclutar más isleños. Entre toses compartió con sus allegados cierto pesimismo, alegando una derrota inevitable si llegara el segundo ataque de los ingleses. Vaticinó, además, que no demorarían en contraatacar. Efectivamente, en esto último acertó. La mañana siguiente las tropas de Horacio Nelson al completo navegaban silenciosas rumbo al puerto de Santa Cruz en ataque frontal. Iban cubiertas por lonas y procurando no ser vistas, para tomar al enemigo por sorpresa, pero en esto de vigilar y dar aviso se mostraron diestros los isleños, pues rápidamente descubrieron una vez más sus intenciones y comenzó el fuego de artillería sobre el invasor. Las baterías resonaron sin piedad y acribillaron la mayor parte de lanchas inglesas, en una de las cuales viajaba el contralmirante Nelson. Desde Paso Alto lanzó el cañón Tigre el proyectil que destrozaría su brazo. Nelson tuvo que ser evacuado y los invasores que lograron sobrevivir se vieron de nuevo acorralados en las costas de Santa Cruz. Rodeados por los defensores, los ingleses se vieron obligados a tomar resguardo en el convento de Santo Domingo. Mientras tanto, el asma del general Gutiérrez era ya insoportable y no lograba dar tres pasos sin toser. En voz queda el general daba órdenes certeras y acertadas mientras se contradecía presagiando la derrota inevitable que, según él, se cernía sobre la isla. Unas horas más tarde, otro oficial sudoroso le informó de la captura de algunos prisioneros, así como de las noticias que les fueron sonsacadas: los ingleses estaban en las últimas. Aquello levantó el ánimo de nuestro hombre, que de pronto pareció comprender algo que se le había escapado en el transcurso de su larga vida.
El 25 de Julio de 1797 el general Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana rubricó con su firma la rendición de los ingleses, a los que, además, obsequió con mil agasajos y una hospitalidad inquietante: cuidados médicos, víveres y lanchas para su retirada honrosa, además de ofrecer a los barcos ingleses la posibilidad de venir a tierra a comprar productos isleños. El propio Nelson, que perdió su brazo en la batalla, dejó escritas varias alabanzas a la nobleza del general. La población de la isla celebró la exitosa defensa por todo lo alto. Gutiérrez redactó un informe a sus superiores en la península explicando lo acontecido, solicitando ascensos a sus hombres y alertando de la raquítica preparación de la isla para futuras aventuras de este tipo. Las peticiones fueron casi todas denegadas y nuestro hombre se retiró a descansar.
Aquellas cinco jornadas, que tuvieron lugar hace más de doscientos años, cambiaron el sino de Canarias. Hoy los habitantes de Canarias serían ingleses, o algo parecido.
La salud del general fue empeorando inevitablemente y dos años después de la gran hazaña de su vida, Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana falleció en Santa Cruz de Tenerife, entre papeles y milicias.
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