domingo, 5 de septiembre de 2010

MI TÍO ERNESTO, EL POETA


Hablamos por última vez hará casi un mes. Llamó de noche, me pasó con algunas voces conocidas. Luego mencionó a Bolaño y el D.F. y me alentó a viajar lejos, cuanto más lejos pudiera mejor. Después narró una breve anécdota de la familia. Le gustaba darle vueltas a esos temas. Y a mí me gustaba que lo hiciera.

Me sacaba veinte años. Cantaba tangos a menudo y alguna vez me recordó vía sms que “veinte años no es nada”.

Se llamaba Ernesto y era poeta. Mi tío Ernesto, el poeta. Así lo nombro siempre, resumiendo con orgullo. Porque no hay mejor resumen, para bien y para mal, un poeta. Casi nada.

Sentados en un bar de Atocha, en Madrid, fui yo quien le conté a Ernesto en cierta ocasión una entrevista a Loquillo que había leído en El País. En ella, Loquillo afirmaba ser capaz de resumir su vida en una sola palabra. La palabra que más había determinado su existencia era: No. Simplemente: No. Ernesto escuchó, se frotó la barba y me regaló una sonrisa delatora que aún guardo en la memoria. Pero puestos a las citas, lo mejor es acudir a una de él mismo. Está en los Cuentos de Sania, en un relato cuyo título es “Suite a tres tiempos”. Allí desglosa Ernesto las andanzas de un kinki de barrio apasionado, un asiduo en la comisaría local por sus delitos al que, en una de tantas detenciones, el instructor de guardia le pregunta, literalmente, “Si no era cierto que el día de autos él se encontraba realmente en el lugar de los hechos” (el contexto era bastante serio, la acusación casi un juicio final). Y el tipo va y contesta agotado, con más pena que gloria “Maestro…, la realidad no existe”.

Mi tío Ernesto fue un hombre cariñoso y culto, de conversación brillante y talento para dar y regalar. Algunas de las dedicatorias de sus libros son verdaderas obras de arte. Su ingenio y agudeza estaban muy por encima de la media y sin embargo fue un hombre terrenal apegado a las cosas más sencillas y cercanas. Fue detallista en lo divino y en lo humano (con la familia, en sus escritos, minucioso al extremo). Un poeta auténtico, en el amplio sentido de la palabra. Charlaba, dibujaba y hasta filosofaba como un poeta. Su humor era un bisturí afilado y, en líneas generales, su vida fue la de un realvisceralista bolañiano, de esos que tanto admiramos.

Tuvimos amigos en común, bebimos, fumamos y reímos juntos. Lo quise con admiración y por suerte disfruté de su presencia y sus consejos. Casi nada.

Mi tío Ernesto se va dejando, de una parte, su legado literario, un puñado de poemas y cuentos imprescindibles y algunos inéditos urgentes de publicar. De otra parte, nos deja un recuerdo imborrable a aquellos que le conocimos. Porque fue uno de esos hombres de alargada sombra que demuestran que detrás del arte hay un arte más artístico, el arte de vivir. Un hombre excepcional, con aura, con ese aire de vagar encima o debajo o al lado de las cosas, más bien proyectado, en una fila distinta a la de los demás, para bien o para mal. Un poeta, vamos. Esa estirpe escasa de hombres que vencen al olvido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo mi cariño para tu tío, para el poeta Erenesto, con quien compartí versos y risas.

Paula Nogales Romero
Las Palmas de Gran Canaria