Hoy he recordado al fabuloso Enric Marco, aquel tipo que se hizo pasar por ex-víctima de Mauthausen, que llegó a ser presidente de la Asociación de Supervivientes del Exterminio Nazi, dando charlas para difusión de su testimonio, cobrando dietas y sueldos honoríficos durante más de cuarenta años, que recibió la Cruz de Sant Jordi y publicó unas Memorias del infierno que explicaban con todo lujo de detalles su experiencia traumática en aquel campo de horror de la Segunda Guerra Mundial. Enric Marco, aquel mentiroso sublime, aquel amoral sin escrúpulos que se lo había inventado todo, que jamás pisó Mauthausen, que vivió una mentira deleznable toda su puta vida, que engañó a todo el mundo, incluyendo a su propia mujer e hijos (y a sí mismo también, sobre todo, a sí mismo se mintió soberanamente). Un genio del espanto, aquel infame. Hoy lo he recordado, nada más levantarme. He vuelto a mirar su historia por internet y me he centrado en el momento de su confesión. Al parecer fue un historiador, un tal Bermejo, quien lo desenmascaró. Se dedicó a investigar en archivos y registros y después de un trabajo minucioso descubrió lo que sospechaba: halló las pruebas de que todo era una farsa y el bueno de Enric un farsante. Enric Marco, por su parte, lo reconoció todo. Pero lejos de pedir perdón, alegó que había sido por una causa justa: difundir su testimonio del horror (aunque fuera inventado) para que no se repitiera jamás. ¿Qué decir ante todo esto? Que la verdad y la mentira son algo tan frágil… Que el día empieza confuso, que el tal Bermejo era un cretino.
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