lunes, 31 de octubre de 2011

RIDICULUM VITAE

Hoy he pasado la mañana mirando ofertas de trabajo en internet y mandando mails con mi ridiculum vitae. Casi cinco horas buscando algo que no iba a aparecer (ahora lo veo claro, es mediodía y el hambre y el sol que entra por la ventana junto al efecto de los vermuts parecen sacarme definitivamente del trance). La cosa llega al punto de sorprenderme barajando hacer cursos de Instalación Eléctrica de Sistemas e Informática (llegué hasta mandar un formulario pidiendo información). Yo, que no sé lo que es un Mb o Hz, que de hecho los llamo así, emebés y hachecetas. Yo, que tengo un virus en mi ordenador desde Méjico 86 y he aprendido a vivir con él como se acostumbra un enfermo crónico. Yo, que en esencia estoy tan lejos de las maquinitas como de Alaska, yo, que a fuerza de errar estoy cada vez más lejos y más cerca de todas las cosas. Yo, que ya no sé ni cómo sorprenderme a mí mismo, me gasto bromas pesadas bebiendo vermuts matutinos y luego las escribo en este blog (como botellas sin mensaje ni destinatario al océano de la red). Y luego chateando descubro algo insólito, un hallazgo grotesco, sin duda lo mejor que me ha pasado durante toda la mañana: algo que de haberlo buscado jamás hubiera aparecido, un emoticono. Un maldito emoticono que refleja exactamente lo que soy: un maldito emoticono. ¿Será que no me llega el simbolismo para más?, ¿de verdad, están así las cosas?

2 comentarios:

Agustín Enrique dijo...

La historia del ser humano está signada por avances y retrocesos. Los segundos, minutos y horas que componen el ábaco de la vida pueden convertirse en testigos de muchos esfuerzos, acompañarnos en algunas que otras derrotas, y soñar en el sueño de un mundo mejor. No pensaba publicar éste comentario, pero el ser humano merece una oportunidad, y el comentario queda subrayado por el aliento vital de continuar. Todo discurso que merodeé las circunstancias de una mínima rendición debe ser reconsiderado, es mas, desdeñado pero jamás olvidado. Cualquier moneda en el aire debe exigirnos alzar la mano para aprehenderla en nuestra voluntad. Quizá debamos concebir la vida, con todos sus riesgos, como una mirada diestramente tendida hacia el horizonte. No es, precisamente, el instante histórico en el cual celebremos la victoria del optimismo; mas, no obstante, debamos templar la voluntad en el yunque de la perseverancia. Porque cuando la lluvia nos golpea el rostro, al caer la nieve y hasta el hielo intentar que se tornen gélidos nuestros hombros, llegado el momento en el que el sol trate de agredir fieramente nuestras pupilas, hemos de afirmar el carácter igual que lo hace la raíz del bambú. Existimos en plena batalla, pero siempre podemos y debemos acariciar la brújula que certeramente acompaña muchas buenas intenciones. Por Norte [en mayúscula] el sueño despierto que nos ha acompañado en la niñez, que continúa avanzando al zigzagueo de la adolescencia, el mismo sueño que nos invita a reflexionar en los momentos desapacibles de la juventud, y es dicho sueño nuestro mejor guardián, un sueño que sabe anteceder al momento jubiloso que está rubricado en resistir. Podremos estar muy cercanos a la imtemperie, quizá zozobremos en mitad del desierto pensando en los océanos que la arena soportó, pero cualquier ser humano debe pensar en ser mejor, en intentarlo, en luchar para traducir sus sueños en realidad. Posiblemente permanezca junto a cualquier ser humano las ideas elaboradas por la estrategia del futuro que también soñó Buda, Mahoma, Cristo, Karl Marx, Emmanuel Mounier o el mendigo que sin ser un triunfador no ha llegado a ser vencido. Es el momento vital, el instante en el cual se eleva la clave de bóveda de la dignidad, la musculatura que yace en el interior de cada persona, el grito que sacude al silencio de los canallas atrevidos en contabilizar numerosos y duros esfuerzos para vivir en plenitud o al menos intentarlo.
La noche, su inherente silencio, no simboliza el retroceso; podría ser, en todo caso, la oscuridad que en el fondo alberga la llama resistente que sabe expandir la luz.
Cada día, un combate, cada momento una trinchera, desposeídos del olor acre de la batalla, pero con el ánimo resuelto en cambiar a una miserable sociedad. Entonces los segundos, minutos y horas posiblemente sean nuestros maestros para volvernos gladiadores, y elevar la mirada, tensar el ánimo y poder aplastar al lodazal que pretende aquietarnos y que en nuestros hombros podamos agradecer la luz del sol. Sería un canto a la resistencia, todo un intento para que el arte de la guerra sea muy parecido al sudor que los artesanos despliegan cuando calculan qué temperatura es la que soporta el bambú.

Anónimo dijo...

se ofrece librepensador para rendirle un "homenaje" a Agustin Enrique...