Leí esta mañana
en la versión digital de La Vanguardia que lo hipster dejará de estar de moda en
breve, casi ya. Aseguraba un experto en tendencias, apoyado en los juicios de
blogs especializados y publicaciones punteras del sector (Vice, Vogue, y unas cuantas más) que el reinado de lo hipster llega a su ocaso: ya no se
llevará ser especial ni independiente, lo que va a molar a partir de ahora será
la normalidad. Sí si, la normalidad estará al alza (yo que siempre había
detestado a los famosos que presumían de ser “gente normal”, como si eso fuera
bueno). Molará muchísimo ser normal, según parece, lo más normal que se pueda,
más normal que nadie. Será guay ponerse zapatos sobrios, imagino, vaqueros de
tubo, ni apretados ni anchos, camisas de colores prudentes, gafas con montura
de metal fino. No sé, pasar desapercibido, como los buenos árbitros, que nadie
se acuerde que has estado allí, eso será lo más. Es lo que viene, al parecer.
Pero claro, cuando la cosa sea así, imagino yo, se invertirán también los opuestos:
los normales de toda la vida llevarán tatuajes, pitillos y ray-ban, barba y gomina hacia atrás. Y en ese contexto,
que puede darse, que va a darse, según este experto de La
Vanguardia , ya no se sabrá muy bien nada, imagino, o solo
lo sabrá este experto, que vaticinará la siguiente vuelta de tuerca. El caso es
moverse, la humanidad está inquieta (y no es culpa de este experto, que tampoco
sabemos cómo viste ni por qué). Nos pasamos la vida buscando lo auténtico pero
en cuanto lo tocamos, lo documentamos, le damos nombre, desaparece, como la
maldición esa que temen algunas tribus africanas, que no quieren que les saquen
fotos para que no “les roben el alma”. Pues eso. Una noticia normal, una de las tantas
que leo cada día en los periódicos.
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