El tipo al
parecer estaba tomándose el segundo cortadito de la mañana cuando reparó en que
la cosa iba con él, mejor dicho, por él. Era domingo, Agosto, mucho sol y mucha
gente, tenía el periódico abierto por la página de deportes. Una lancha cruzó a
toda velocidad desde la montaña para enfilar las aguas profundas, vio patrullas
de policías nacionales y locales alejando a la gente de la zona. Se escuchó
llegar a un helicóptero de salvamento. Presenció todo aquel espectáculo del ir y
venir de agentes y civiles alarmados sin saber muy bien el motivo pero absorto
en el despliegue. No se preguntó por la causa, presenció aquellas maniobras en la playa como
quien presencia una coreografía carnavalesca o un desfile militar, entretenido,
apurando su cortadito, leyendo los fichajes del verano en la terraza contigua
al paseo marítimo. No se lo preguntó hasta que finalmente lo hizo, pasadas casi
dos horas y media, ¿por qué tengo nueve llamadas perdidas de mi mujer?, no le dije que venía al bar, ¿se habrá
preocupado porque no se nadar? Efectivamente, le estaban buscando a él: contemplaba su propia búsqueda. La factura de la cabalgata fue cuantiosa pero, en
cierto sentido, al menos la disfrutó.
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