miércoles, 16 de junio de 2010

ANDAR POR LAS RAMAS


Italo Calvino cuenta en El varón rampante la historia de un aristócrata que decide vivir su vida en los árboles. Le sirve una especie de tenacidad visionaria para lograr exprimir hasta las últimas consecuencias lo que se propone. Y, en efecto, lo consigue. En las ramas come y duerme y hace sus necesidades. En las ramas se enamora y en las ramas también acaba por recibir la visita de la dama negra. Su existencia transcurre exactamente igual que la de cualquiera pero siempre desde una atalaya de hojas y tallos en la altura. Y así consigue hacer patria en un lugar de paso. Absurda terquedad o genial celebración de lo individual, se mire como se mire es un descubrimiento maravilloso. Porque andarse por las ramas es andar por muchos sitios a la vez y perder de vista el destino final. Pero, por otro lado, las ramas son un lugar en sí mismas, y andarse por las ramas ya es andar por algún sitio. Una aventura si se tiene como norma no buscar el camino de regreso o buscarlo andando por las mismas ramas. Esperan al viajero mil atajos que van de la nada a ninguna parte, y también rutas espirales y callejones sin salida con un espejo al final. Andarse por las ramas es andar en estado puro y andar así es una aventura cuyo desenlace nos puede llevar a parajes inquietantes.

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