El cazador notó un crujido bajo sus pies y perdió peso tropezando con todo durante una eternidad hasta que, por fin, sintió el impacto de un frenazo en seco. Respiró asustado. Distinguió luz arriba, comprendió que había caído en un pozo. Unos treinta metros de profundidad. A su lado cayeron también la escopeta y dos de sus presas, conejos muertos a perdigonazos. Sintió un dolor terrible: la tibia asomándole por la piel de la espinilla. Y empezó a gritar: ¡Socorro!
Tres días estuvo pidiendo auxilio.
Al amanecer del cuarto día, el cazador introdujo el cañón de la escopeta en su boca y disparó. El equipo de rescate encontró los cadáveres gracias al ruido del disparo: el cazador y los dos conejos con marcas de mordiscos, muertos a perdigonazos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario