LA PLAGA
Uno de los personajes de nuestra historia es un hombre que acaba de abandonar su trabajo. ¿Cómo abandona su trabajo? Por el método más directo: tira su uniforme al suelo y se marcha de la fábrica. El otro personaje de nuestra historia es una mujer que también abandona su trabajo por el método más directo: deja tirados a unos alumnos en plena excursión al zoo. ¿Donde comienza nuestra historia? En el punto más improbable, el mismo que la justifica: poco después, en el bar donde ambos se encuentran.
La mujer habla por el móvil entre lágrimas. Dice, Acabo de hacer una locura, cariño. El hombre pide una cerveza de malos modos. ¿Qué mira usted?, póngame una cerveza… Y el camarero se la trae. Y el hombre comienza por rascar la etiqueta de la botella. La mujer sigue en pie hablando por su móvil. He hecho una tontería, cariño, me van a denunciar, explica gimiendo. Me ha llamado la directora y hemos discutido y he dejado a los niños tirados. Tengo que dejarte, mi amor, lo siento, se despide, Si, si, yo también te quiero… Si, si, no me preocupo… Hablamos luego, un beso. Y se sienta en la barra y pide un cortado. El hombre aparta su atención de la etiqueta de la botella, Supongo que te va a parecer una broma de mal gusto pero, créeme, estamos en la misma situación, dice. Yo también acabo de dejar mi trabajo, aclara el hombre, Y también así, añade. ¿Perdone?, ¿cómo que también así?, ¿de qué me está hablando usted?, responde la mujer, que saca de su bolso un kleenex y se suena. Déjelo, termina el hombre, dándole un trago a la cerveza.
Y en el bar no hay más clientes, de modo que seguir la conversación parece algo inevitable. ¿A qué se refiere con eso de que ha dejado su trabajo?, pregunta la mujer. Pues a eso mismo, responde el hombre, Y no me trate de usted, por favor, sólo me tratan de usted en el trabajo. No sabe de lo que habla, soy profesora y he dejado tirado a mis alumnos en el zoo, ¿comprende?, me van a denunciar, y con razón, exclama. Cálmese, dice el camarero desde la otra punta del bar. Y le trae su cortado, ¿Leche y leche?, Sí, por favor. Y se retira de nuevo a su esquina, en la otra punta del bar. Y abre un periódico. Mientras, la mujer se acaba de sonar y el hombre comienza a hablar, Escucha un poco, dice, Yo tengo un hijo, una ex y un perro que se dejaron en casa, y todo eso cuesta dinero, ¿sabes?, y acabo de mandar a la mierda mi trabajo de toda la vida, un trabajo asqueroso, la verdad, y lo he mandado a la mierda precisamente por eso, porque era asqueroso y porque era mi trabajo de toda la vida. Así que por favor, no me trates de usted, que sólo me tratan de usted en el trabajo, concluye el hombre, regresando a su etiqueta. Y, como quiera que sea que son los dos únicos clientes de todo el bar, la mujer se ve obligada a resolver algo, le resulta imposible callarse y es por eso que dice, Todo el mundo tiene problemas. Resuena el eco de sus palabras un instante pero en seguida suena un móvil. Ya te contaré, cariño, ahora no puedo hablar... No te preocupes… Un beso. Y cuelga. De nuevo el silencio compartido en aquel bar. La mujer se sienta y apura su cortado. Es increíble, dice la mujer, Ahora mismo prefiero hablarle a un completo desconocido que a mi marido. No es tan increíble, yo también hablo con una desconocida, observa el hombre. Bueno, usted a dicho que le han, empieza la mujer, pero el hombre no la deja acabar, No te equivoques, no estoy tan sólo como te piensas. Silencio. Y además, tú estás peor, tú tienes alguien y te sirve de bien poco. Es usted un maleducado, contesta la mujer, Ahora comprendo por qué le ha dejado su mujer. No me trates de usted. Usted no me trae de tú. Y en ese preciso instante llega un cliente al bar.
El camarero salta enérgicamente de su esquina.
- Acabo de hacer el viaje más extraño de mi vida – dice el nuevo cliente -, no te lo vas a creer.
- A ver, dime – responde el camarero de espaldas, preparándole un café -.
- Media vida trabajando el taxi y nunca había visto algo así. Acabo de llevar a un niño de seis años hasta su casa. El crío iba sólo por la calle, lo paré cerca del zoo.
- No me digas.
- En serio, me hizo una señal con su manita y le paré, pensando que se habría perdido. Pero el crío va y entra en el taxi, y me da su dirección.
- No me digas.
- Lo que oyes. Y claro, yo supuse que alguien, sus padres, por ejemplo, me pagarían la carrera cuando llegáramos, pero es que ni eso: el crío se sacó unas monedas del bolsillo y pagó. Le pregunté su edad y me dijo seis años. No sé, igual me mintió, pero igual no. Es muy extraño…
- Vaya cosas que te pasan – resume el camarero.
- No sé, a veces pienso que no sirvo para el taxi… – medita el cliente.
La mujer mira al hombre, que a su vez mira al camarero, y éste, a su vez, al cliente-taxista. El cliente-taxista toma su café de un trago. El camarero regresa sigiloso hasta su esquina. El hombre suspira y la mujer parece estar a punto de decir algo, pero es interrumpida.
- Esto ha sido una señal, dejo el taxi, definitivamente. Pero antes voy a comisaría, esto no puede quedar así. Ponlo en mi cuenta – dice el cliente con prisa-. Hasta luego parejita, sigan discutiendo, que lo bueno es hacer las paces – se despide -.
La puerta del bar se cierra y regresamos al punto donde, como quiera que sea, sólo hay dos clientes en el bar, y un camarero con periódico en la esquina. El hombre pregunta, ¿Qué clase de niños son tus niños? Es que los educo muy bien… es broma, son superdotados. Ambos sonríen y la mujer enciende un cigarro. ¿Quieres que vaya al zoo y pregunte por ellos? Ya, y yo voy a tu fábrica, ¿no? Mejor me bajas al perro, que estará en casa cagándome la alfombra. Vuelven a sonreír. Lo siento, dice uno. Lo siento, dice el otro. Y de nuevo regresamos al verdadero hogar de esta historia: el silencio compartido en un bar.
La mujer tantea su móvil y tal vez mande un mensaje. El hombre se levanta de la silla y saca la cartera del bolsillo. ¿Te marchas?, pregunta la mujer, No te vayas, añade. Y el hombre mira para todos lados. La mujer da una calada a cigarro y vuelve a decir, No te vayas. El hombre se sienta, levanta la mirada y dice, ¿Quieres venir a mi casa? No vayas por ahí, contesta ella, Además, estará toda cagada, agrega. Sonrisas. Y él grita, Camarero, póngame otra. Y éste deja el periódico y se levanta como un resorte desde la esquina. Le pone la cerveza fría en la barra, se la abre y, automáticamente, regresa a su esquina y su periódico. Voy a dejar a mi marido, comenta la mujer, que es al que tendría que haber dejado desde un principio. ¿Tú que vas a hacer?, indaga la mujer. Yo no suelo dejar cosas, a mí me dejan, contesta, Habrá que buscar trabajo, y limpiar muchas cagadas de perro. A mí me toca llorar. A mí esperar. Camarero, tráiganosla cuenta, dice alguno de los dos, y es como una despedida de silencio
Éste es el momento en el que acaba nuestra historia: dejamos a los personajes libres. Se besan las mejillas, intercambian sus números de teléfono y se separan (puede que algún día se llamen y acaben follando, nunca se sabe). La mujer se dirige a comisaría. El hombre a otro bar. Poco después, el camarero, uno de los personajes más tímidos de ésta nuestra historia, tira su delantal al suelo, abre la puerta y abandona su puesto de trabajo, también por el método más directo.
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