miércoles, 16 de junio de 2010

Libreta de viaje I



Sirenas rubísimas de Finnair danzando a diez mil metros de altura sobre Moscú, con sus pieles transparentes y su discreción. Doy cabezadas incómodas escuchando a Schubert por el hilo musical. Miro por la ventanilla: murallas de nubes que desaparecen poco a poco.


Bofetada suprema de asfixia en el Aeropuerto Internacional Indira Gandhi, Nueva Delhi. Treinta y ocho grados centígrados y una humedad que me suda hasta el alma. Duele respirar. Tomo un taxi estafador hasta el Main Bazaar. Me registro en el Hostal Vivek. El cuarto resulta ser un zulo amarillo sin ventana pero con goteras. Entro en él. Tomo una ducha y me quedo desnudo. Dejo pasar unos instantes tumbado boca arriba, con la mirada fija en el ruidoso ventilador del techo. Unto mi cuerpo en Relac antimosquitos. Me arden las orejas. Trato de no pensar mucho (la actividad es movimiento y el movimiento es calor). Tomo otra ducha. Más que Hostal Vivek, Hostal Muerek, pienso. Y tomo una tercera ducha. Y vuelvo a intentar no pensar… Hostal Sufrek, pienso. Mis pulmones con insomnio…


Primeras impresiones: UNO, suenan mil bocinas, DOS, tendido eléctrico y cañerías con trayectorias desconcertantes, TRES, ramos de pimientos del piquillo colgando de los tubos de escape, CUATRO, el policía le deshincha manualmente las ruedas a una moto mal aparcada, CINCO, otro poli descalzo durmiendo con su rifle de almohada, SEIS, las chicas se sientan en las motos de lado, SIETE, vacas durmiendo en la calzada, cuervos, monos, ardillas, OCHO, comer arroz con las manos, NUEVE, mascar spaan rojo y escupirlo, DIEZ, olor a basura.


Sentado en una terraza desayunando, a lo lejos advierto un gracioso monito. Está encaramado en la cima de un árbol, a unos cuantos metros de mi mesa. Tiene la mirada inquieta y se hace el despistado. Le observo con curiosidad. Sigue mirando para todos lados hasta que, súbitamente, detiene una mirada furiosa en mí. Acto seguido salta de la rama histérico en un certero movimiento y comienza a venir a mí gritando con rabia. Salgo a esconderme a toda prisa en la cocina del bar, y desde allí le escucho llegar con sus pisadas. El muy cabrón saca los dientes, y veo su sombra amenazante detrás de la vidriera. Defeca, toma los excrementos del suelo y los lanza contra ella. Se marcha refunfuñando. Coge de mi mesa el bocata de mi desayuno y desaparece entre las ramas, dándole un mordisco.


NEGOCIOS IMPOSIBLES (1parte). Hoy he visto una tienda que seguramente no acabé de comprender. En el mostrador sólo había monedas y billetes y un cartel de: se vende. ¿Cuánto cuesta?, pregunté al vendedor señalando un billete de diez rupias. Diez rupias, contestó muy serio.


Aquí la gente conduce por la izquierda, como en Inglaterra. Y circulando por la calle, para no chocarse los unos los otros, también se esquivan hacia la izquierda. Pero esa izquierda suya es mi derecha, y mi costumbre es la contraria. Ya es la cuarta vez que me doy de frente con alguien.


Ghanesa. Según dice la leyenda de los dioses hindús, Lord Shiva dejó preñada a su mujer y luego se marchó. Su hijo nació y él ni se había enterado. Un buen día, Lord Shiva regresa a casa y encuentra en ella a un hombretón que se le pone chulo. Se trata de su hijo, pero ninguno de los dos lo sabe. Se enzarzan en una discusión y, claro, Lord Shiva, que es un Dios destructor con bastante poca paciencia, se cabrea y le corta la cabeza a su hijo. Al momento sale su mujer, Parvati, gritando, ¡Has decapitado a tu propio hijo! (yo me la imagino con rulos y la manicura a medio hacer). Pero no todo está perdido, porque Shiva toma una medida inquietante: decide colocarle al cuerpo decapitado la cabeza del primer animal que pase por allí. Y resulta que pasa un elefante. De modo que así queda Ghanesa, sumiso y con trompa.


Salgo a la calle temprano y enseguida se me pega un yonqui charlatán escupiendo spaan entre frase y frase. Me cuenta su vida, al detalle. Habla de huérfanos y de falta de alimentos y turismo. El tipo usa los pies como las manos, los apoya descalzos en cualquier parte. Intenta darme pena un rato y después contraataca. Me ofrece hachís, coca, putas y un viaje al Taj Majal en jeep. Vuelve a escupir un salivazo rojo de spaan y sonríe con tres dientes y ojos de mentira. You are in the dark side, man, digo yo. Y él sonríe, y esa sonrisa malvada es lo único verdadero que tiene y a la vez es lo mejor.


El mono cabrón de la terraza me sigue y me avasalla. Hoy ha intentado colarse en mi cuarto por la ventana, con la evidente intención de agredirme. No me deja en paz. Sabe que le tengo miedo y lo disfruta. Es un animal sagrado, encima, el muy cabrón, así es que no puedo tramar nada contra él. Pero le insulto y le hago el corte de manga desde la escalera. Me escapo corriendo, y se queda con las ganas.


En los pueblos hay pobreza. En las ciudades hay miseria. Y no es lo mismo.


Llamo a mi madre desde un locutorio escondido en la ciudad rosa de Jaipur. Descuelga el teléfono y, literalmente, me pregunta si ya he visto a alguien conocido. ¿En la India, Mamá? Le sugiero que se explique y se apura un poco y contesta que si he encontrado algo o alguien. Mi madre siempre da en el clavo.


El cine es un edificio con forma de merengue color salmón. Las colas en taquilla pueden llegar a ser brutales. Ya en la sala, los lugareños hacen todo, absolutamente todo lo que no se puede hacer en Occidente. Se quitan la camisa, hablan sin parar, se levantan, comen, beben. Hablan por el móvil y comentan la película a voz en grito.
En las pelis de Bollywood los malos son muy malos, los buenos muy buenos y las buenas están muy buenas. Cantan todos y demuestran un sexismo que pone los pelos de punta. Mezclan expresiones en inglés con el hindi. Las tramas son de culebrón y las formas de videoclip. Y también tienen algo de video casero super 8, encuadres cutres, cambios de formato sin explicación. Su manera de acabar bien (siempre acaban bien) es con el nacimiento de niños por parte de la pareja protagonista (convenientemente casada con anterioridad). Procrear como posesos.


Parte por parte, la ropa que se usa aquí no es mala ni fea. Llevan zapatos bonitos, pantalones elegantes, chaquetas vistosas, etcétera. El problema es el conjunto. Pensarán, Me gusta el pollo, el helado, los guisantes y el café, pues a la batidora todo junto, que seguro sale algo bueno de ahí.


Jornada de intendencia y logística con el calendario en una mano y la cartera en la otra. El cielo es una carpa de dos caras. Mitad nubes negras, mitad amarilla sol furioso.


Los Saddus, ni comen ni beben, sólo viven. Eso dicen. Y dicen también que existe un niño en el Nepal sentado bajo un árbol desde hace años. No come ni bebe, nunca. Es un Saddu, por supuesto. Y la gente se reúne para adorarlo. Hay quien dice que está dormido. Otros aventuran que está muerto. Se tiene constancia de que aguantó tres meses sin comer ni beber, lo cual es sospechoso. Cierto día desapareció de aquel árbol. Fueron a adorarle y ya no estaba. Nadie sabe donde fue.


El Taj Majal gana impacto desde la ciudad de Agra. En la proximidad de sus propios jardines parece dibujado, uno siente que mira una imagen que ya ha visto mil veces. Desde la ciudad, en cambio, se muestra integrado en un contexto y deja de ser imagen plana. Resumiendo, de cerca es una postal, de lejos una foto. El mejor desayuno de mi vida: Indian breakfast, stuffed paratha (2 piece) with curd tea or coffee. Y un sweet Lassi. Título: “El Taj Majal sobre la terraza de mi sucio hostalucho”. ¿Qué me parece el Taj Majal? Un hueso con bolas. Me parece tan blanco, tan lágrima y tanto amor. Una hermosa locura. ¿Hasta dónde se podrá llegar por una mujer?


…Señor Conde, ¿qué queréis cagamos con los moros que cagarra mos? ¡Cagaleras los llevéis!, y tened cuidado con lo cagais, pues preocupado meais… Yo digo lo cago y lo cago lo hago bien…
Ya llegaron, ya están aquí. Las inevitables,
famosas
y temidas
Cagaleras.

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