miércoles, 16 de junio de 2010

NADIE PAGA UN EMPATE


¡Pam! Sonó la campana y los púgiles tomaron asiento frente al tablero. Se quitaron los guantes. Uno abrió con blancas en defensa siciliana, el otro respondió cerrando su flanco de rey. La muchedumbre ansiosa contemplaba entre pitos y aplausos sin respeto a la concentración. Las blancas ofrecieron el gambito de caballo, las negras aceptaron por no correr ningún riesgo. La contienda quedó aplazada y, de este modo, las siguientes jugadas fueron sólo de posición. ¡Pam! Sonó la campana de nuevo y retiraron la mesa del cuadrilátero. Se quitaron el albornoz. Uno lanzaba golpes rectos y ejecutaba un jab preciso y veloz. El otro esperaba su mejor baza encañonando sigiloso trayectorias curvas. El primer minuto del asalto fue de simple tanteo. El segundo transcurrió bajo dominio alterno desde la distancia y en el último minuto del asalto se llegó al cuerpo a cuerpo y brotaron las primeras gotas de sangre, que mancharon a la enigmática mujer de la primera fila. Por un momento ambos contendientes la miraron a la vez. El público enloquecido no daba tregua y ¡pam!, volvió a sonar la campana.
La mujer sacó su cámara y comenzó a sacar fotos. Las blancas ganaban movilidad en el centro del tablero, las negras se agazapaban en su enroque. Ambos tenían ya las caras deformadas por los golpes, lo cual contrastaba con su expresión pensativa. De fondo el griterío no paraba desquiciado implorando temeridad. Alguien dijo que uno de los luchadores era rico. Aquello dividió al respetable. Algunos decidieron animar al que no era rico, se entiende que por solidaridad, mientras que otros optaron por dar su apoyo al supuesto rico, se entiende que por miedo o admiración o ambas a la vez. En cualquier caso, el estadio quedó dividido en dos partes iguales mientras los combatientes, ajenos a todo lo que no fuera su lucha, se debatían entre piezas y puñetazos. ¡Pam!, sonó la campana. Tienes que evitar ese jab, dijo uno de los entrenadores a su pupilo. Cuidado con alfil b7, advirtieron al otro en su esquina. Y la chica les miraba con su cámara pero ajena a la disputa, como si en el fondo esa lucha se dirimiera en otro lugar. ¡Pam!, volvió a sonar la campana.
Pasaron los asaltos y con ellos se marcharon las fuerzas y las ideas, no así la determinación, que progresó en aumento. Atrás había quedado el tiempo de las estrategias, la contra y la espera del fallo ajeno. La victoria se decantaría por alguno de los bandos en breve. Sin embargo, los minutos iban pasando, con ellos las jugadas y los intercambios de golpes, pero nada, la igualdad era extrema. Uno llevaba calzón rojo y el otro negro. El de rojo se movía por el cuadrilátero con algo más de soltura que su oponente, eso es cierto, y también sacaba los golpes con mayor naturalidad, pero el de negro desarrollaba su juego en el tablero con una precisión de libro que daba pocas oportunidades a su rival. De modo que, transcurridos los doce asaltos pactados, la partida quedó en tablas y el jurado decretó el combate nulo. ¡Pam!, había sonado la campana al final del último asalto, durísimo por cierto.
Era preciso un ganador y el público tendría la última palabra (para eso había pagado). Votaron por medio de un sistema electrónico instalado en sus asientos. Así, el resultado fue visible en unos segundos: ganaba el de calzón rojo, el supuesto pobre. El perdedor miró asustado a su esquina. Éstos le pidieron valor. Al fin y al cabo, te podía haber tocado ganar, le vinieron a decir sin palabras. Y el pánico llegó a los ojos hinchados del hombre del calzón rojo: la derrota le llegaba sin motivo. Nadie paga por un empate y en el fondo qué más da el juego. Los gritos cada vez más cerca de la gente subiendo por las cuerdas, desbordando el cuadrilátero desde todas direcciones y tumbándole por fin. Cada miembro de su cuerpo separado y mil caras alternadas disfrutando del dolor (para eso habían pagado). La montaña derrotándole a mordiscos de asfixia violenta y los últimos suspiros dedicados a la chica de las fotos, que se marcha con el hombre del calzón negro y el alma muerta, con más dudas que antes y con un par de buenas fotos de la masacre. Igual que nosotros.

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