viernes, 5 de diciembre de 2014

EL ESPÍRITU DE MANUEL VILAS (evocación y un poema)

Te recuerdo dando palmas y cantando bamboleiro por zonas comunes ante la mirada atónita de pacientes y profesionales en aquellas tardes interminables del agosto de la meseta (interminablemente mal pagadas: tú te quejabas también del dinero, para qué negarlo, en eso fuimos igualitos siempre, felices viendo ceros a la derecha y miserables, profundamente miserables ante la amenaza de la bancarrota). Costaba un triunfo sacarte de tus empecinamientos, mejor dicho, era casi imposible (en eso fuimos también igualitos). Voces femeninas, abrazos sinceros, cafés condicionados, transigías solo cuando, donde y con quién querías, en eso fuiste inquebrantable hasta el final. Te recuerdo sacando a bailar a la jefa, regresando arrepentido de tus escapadas periódicas, negándote a afeitarte con rotundidad, escuchando en la radio a tu Atleti (una vez te dije que tú eras el mismísimo Atleti, que eras más Atleti que el propio Atleti, y que en todo caso el Atleti sería de ti y no al revés, y me dedicaste una sonrisa que se me clavó en la memoria). Recuerdo sobre todo esos ataques de altruismo irracional que te daban a menudo en los que regalabas complicidad ante prohibiciones, dinero, coca colas, cigarrillos y chistes, lo que fuera, y a cualquiera que se te pusiera por delante. Un mediodía de fin de semana apareciste con una bandeja enorme de churros y porras secas que te habían regalado en el bar y te dedicaste a ofrecerlos a todo el mundo (en lugar de guardártelos para ti, como hubiera hecho la mayoría). Había mucha gente con dietas estrictas, incluso algunos diabéticos. Y cuando trataba de explicarte que no les hacías ningún favor, a pesar de tus buenas intenciones, me ignorabas con naturalidad como si efectivamente yo no supiera entender la rabiosa luz escondida bajo tus actos. Lo tuyo no era el altruismo racional de las ONG sino la fuerza portentosa de la redención, el fulgor de la justicia, la más pura y radiante poesía, amigo mío, eso eras tú, poesía en movimiento. Y así todos te adoraban: los del bar, los diabéticos, los que te echábamos la bronca. Y ahora me dicen que te nos vas, que emprendes el último viaje. Y yo te imagino en esos barcos que dibujabas, surcando esos mares y esas vidas que no parabas de nombrarnos. Y ya me gustaría a mí parecerme a ti en unas cuantas cosas más, amigo mío, gigante, capitán, navega libre y hasta siempre JL, te llevo conmigo,

AMOR, un poema de Manuel Vilas:

Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.
Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.
Qué bien, dijo, qué fuerte,
y todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.
Y luego se fue a ver enfermos,
a ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.
Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía esa gran ilusión.
Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.
Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En Conde de Aranda, dío mil euros a tres árabes,
que le besaron los pies, y las manos y se arrodillaron.
En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
dio trescientos euros a una negra africana,
y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
pero Vilas dijo hoy soy San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz.
Y Vilas se echó a reir.
Fuego, qué fuego más grande,
y siguió repartiendo, a una vieja china
de un todo cien le dio seiscientos euros,
y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapixels
y la amplió y la enmarcó y la colgó
en mitad de su tienda con dos velas debajo.
A un vendedor de 
La Farola, ese periódico
de los pobres, le dio ochocientos euros.
Y el vendedor se echó a llorar y ardía
como una vela en mitad de las catedrales antiguas.
Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.
Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.
Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.
Estaba enamorado de sus semejantes.

Nunca vimos a nadie tan enamorado

4 comentarios:

Unknown dijo...

Edu, muchas gracias por despertar en mi un recuerdo emocionado al leer las palabras que dedicaste a nuestro amigo.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Precioso recuerdo. Siempre estará en nuestros corazones!

Agustín Enrique dijo...

Lindo texto el escrito por un buen amigo, Eduardo Delgado Montelongo, quien ha hecho sincera evocación mediante el arte de la escritura ante la partida de un buen amigo suyo. Un texto en el que se derrocha sensibilidad y buen quehacer, ambos recordando, hablando casi, con JL (no me atrevo a concretar su nombre, pero lo intuyo), hablando coloquialmente y ajustando acertadamente las palabras. Es muy triste la hora de partida, y las palabras surgen como homenaje, en este caso un hondo homenaje del todo meritorio.