Hola,
buenas tardes a todos/as.
En el
momento de escribir estas líneas para presentar Idealistas (la casta del
orgasmo), en 2021, casualmente, me sobrevienen una serie de circunstancias
personales en cierta manera parecidas a las que tuvieron lugar en el momento
del inicio de su escritura, hace cuatro o cinco años, aproximadamente. Una
muerte y un nacimiento. Muy cerca de mí. Esas fueron las claves que abrieron
las puertas de esta historia, en su momento, y estas son las circunstancias similares
que ahora también me toca atravesar. Una muerte y un nacimiento, muy cerca de
mí. Dos caras de una misma moneda, se puede decir, simplificando un poco frívolamente,
pero son dos sensaciones completamente opuestas de experimentar cuando las vives
en tu entorno. Mi intención, en cualquier caso, no es llevar estas líneas por esos
derroteros tan ambiciosos y delicados sino explicar un poco sobre mi novela, y
aquí es donde converge esa génesis contextual de la que les hablo y la temática
de Idealistas (la casta del orgasmo): la familia. Porque este libro que
les quiero presentar hoy es, en esencia, una historia de familia, una saga
familiar.
Hace
poco me hicieron escribir en una sola línea la sinopsis de mi libro, por una
cosa de publicidad de la editorial, y escribí lo siguiente:
“Una
epopeya familiar sobre la fuerza del amor panteísta”.
Me
explico.
Esta
novela mía es la historia de tres generaciones de una misma familia. Tres
generaciones que tienen tres realidades bien distintas. Y esas serán las tres
partes en las que se divide la obra.
¿De
dónde nace esta estructura, este interés intergeneracional?
Cualquiera
lo habrá vivido alguna vez: hablar con sus abuelos y darse cuenta de lo
absolutamente distinta que fue su realidad. Yo recuerdo, por ejemplo, de
intentar hacerle entender a mi abuelo lo que era internet. Era imposible. Yo
tampoco sabía explicarlo muy bien, la verdad, y de hecho al intentarlo me daba
cuenta de que en el fondo no “conocía” internet a un nivel profundo,
ontológico, si se quiere, un poco pedantemente. Mi abuelo, de todos modos, me
miraba más intrigado en por qué demonios yo necesitaba explicarle aquello de
internet que por lo que era en sí internet. En fin.
Con mi
hijo también me pasa. Mi hijo ahora me pregunta por el meteorito que extinguió
a los dinosaurios. Por su origen. Y yo me retrotraigo hasta el Big Bang y las
causas últimas de la física newtoniana (si es que existen) y mi hijo me escucha
y con sus tres añitos parece que comprende mejor el límite del conocimiento
humano y de las cosas en general que yo mismo.
En
definitiva, sus realidades, la de mi abuelo, su lugar de residencia, su
realidad histórica, económica, social, personal, fue completamente distinta a
la que probablemente es y será la de mi hijo, por poner un ejemplo. Pues bien, esa
idea de una misma línea genética que fluye a través del tiempo y de las
circunstancias es el núcleo que a mí me intrigaba cuando se empezó a gestar
este libro, era lo que me daba la pujanza para plantearme esta novela: esa
conexión intergeneracional.
Y pensaba:
¿qué es lo que nos une?
¿La
sangre solo?, no. No me bastaba como respuesta la línea del ADN, la genética
compartida. Una familia es algo más que esa base biológica: es algo esencialmente
intencional. La familia es algo abierto, o puede serlo, al menos, y a mí me
gusta pensarlo así.
Entonces,
¿qué es lo que nos une, decíamos, a los miembros de las distintas generaciones
de una misma familia?
Pues
esa es la pregunta fundamental del libro que nos reúne aquí esta tarde.
Como
dicen los políticos, “me alegra que me hayan hecho esta pregunta”.
Pues bien,
indagando e indagando a mí solo se me ocurría (y creo que aún no tengo una
solución mejor) que el amor.
EL
AMOR.
Suena
cursi, pero aquí hay que hacer un poco de abstracción y no aferrarse a alguna
acepción concreta del amor.
Hay mil
maneras de nombrar a ese pegamento de nuestra especie que llamamos amor, dependiendo
del idioma con el que nos expresemos. Y la forma concreta de su configuración y
de su despliegue, ya sea en una obra de arte, en la consulta de un
psicoanalista o en un trabajo científico... Bueno pues la configuración y el
despliegue aquí, en este caso, es el de la poesía. Con toda la amplitud que a
su vez eso conlleva.
Obviamente
es una opción estética, y también una manera de entender la existencia misma, y
de intentar practicarla, claro.
El amor,
entendido así, es el fuego de la antorcha que nos pasamos los miembros de las
distintas generaciones de una familia.
Un amor
amplio, expansivo, que lo abarca a todos, a todas y a todo. Un amor poético, en
definitiva, que mana sin cesar hacia ningún lugar concreto sino más bien hacia
todos los lugares, una fuente incesante de energía positiva.
Esa
quimera.
Esa utopía.
Ese es
el leit motiv de esta novela.
La eterna
fuerza del bien.
El
orgasmo, en esta línea, no es más que un recurso literario, es un reclamo
material de toda esa fuerza del bien de la que hablamos. Es un símbolo
provocador que quiere retar un poco al lector para hacerle volar.
A
partir de aquí, de todo esto que estoy explicando, se entiende mi novela: porque
su intención es la de expresar esa unión entre tres generaciones tan dispares.
Y a mí
me gustaría compartir con ustedes, para empezar a hacer hablar ya un poco al
libro, un fragmento de Idealistas (la casta del orgasmo), sobre esto que
estamos diciendo:
(Página
36).
Vale, menos
poesía ahora, más narrativa.
Como sabrán,
una manera de desglosar a las creaciones artísticas narrativas en general, ya
sean películas, cómics, series, libros o lo que sea, es según los elementos que
la componen: su argumento, sus personajes, su atmósfera... Pues bien, todo lo
que les he dicho hasta ahora es relativo a la temática y a la atmósfera, que,
dicho sea de paso, es para mí una de las cosas más imperecederas de una obra de
arte, lo más trascendente, lo que te hace vuelvas a querer repetirla, a
pensarla, a vivirla incluso… Sea como sea, hablemos ahora un poco de la
historia y de los personajes. Más allá de lo conceptual, qué es lo que cuenta
esta novela, qué personajes hay, dónde transcurre, qué es lo que pasa…
A ver,
la novela está nítidamente estructurada en tres partes que son, como ya hemos
dicho, tan distintas como las generaciones que las protagonizan. Son casi tres
novelas en una, pero conectadas, claro.
Tres
partes que son pasado, presente y futuro de esa gran familia de los Idealistas.
La
primera parte es la del fundador. Un viejo patriarca que se dedica a contarnos
sus vidas pasadas desde una terraza con vistas al mar de su adorada isla (isla
cuyo nombre no se llega a mencionar en ningún momento pero que tampoco es
necesario ser un detective perspicaz para situar como Tenerife). Esas vidas
pasadas del patriarca son existencias suyas en el pasado, fabulaciones
históricas que este señor mayor nos cuenta, con todo lujo de detalles, y que
poco a poco van esbozando la esencia de esa isla y la suya propia:
Un
aborigen guanche, espectador impotente del exterminio de su pueblo a manos de
los conquistadores castellanos. Esa por ejemplo es la primera vida que evoca.
Un
pirata sanguinario, conocido en las crónicas por su proverbial fealdad, por ser
feísimo (Cabeza de Perro era su sobrenombre, personaje histórico perfectamente
documentado, algunos de ustedes lo conocerán). Esa es otra vida.
Un boxeador,
Sombrita, otro personaje histórico real, que llegó a campeón de Europa, y que se
dice que no pegaba nada, que sus golpes eran débiles y no tenían fuerza, pero
que su esquiva invencible, que no le alcanzaban, no le tocaban, como un mago.
Una
tortuga, también. Una vida pasada como animal, como una tortuga de tierra. Concretamente,
la tortuga de un General del siglo XVIII, sobradamente conocido por los
tinerfeños, el General Gutiérrez, que armó la defensa de Santa Cruz contra el
ataque de Nelson.
Y un
poeta, cómo no. El patriarca nos cuenta su otra vida como poeta. Un poeta
realvisceralista, de los de botella en mano, escritura en servilletas,
bolsillos vacíos de dinero, un poeta maldito de los de siempre…
Todas
estas vidas pasadas que nos cuenta el patriarca, que transcurren efectivamente
en su isla, y se intercalan en el tiempo, pretenden, por supuesto, tener un
carácter universal. O sea, que cualquiera creo que puede comprenderlas,
disfrutarlas, empatizar con ellas y vislumbrarlas, en definitiva, participar de
ellas sin conocer un ápice de Tenerife. Al menos así he tratado yo de escribirlas.
Y estas
vidas pasadas del patriarca también son como muñecas matrioskas: son historias
dentro de una gran historia de es la suya propia, la del patriarca, que, a su
vez, es la gran historia de la familia que él funda, la de los Idealistas.
El
relevo de la novela, en la segunda parte, lo toma su nieto, el nieto de
patriarca.
La
realidad en este mundo ya ha cambiado completamente.
Y la
narración también.
Del
pasado nos vamos al presente, a la deslavazada y caótica postmodernidad. A las
circunstancias históricas de la generación de la crisis financiera, del
estancamiento (tal vez colapso) del estado de bienestar, la de las dudas vitales
y las quejas de los indignados del primer mundo, la del horizonte expoliado y los
progresos vertiginosos a nivel social que a veces nos dejan retratados
intentando seguirlos... La del envejecimiento demográfico, también. La del
nomadismo hedónico, no forzado, como era antes. La del turismo exacerbado, las Lonely
Planets, los vuelos baratos de RyanAir... La cultura de la
velocidad. Y una realidad concreta de esta generación: las habitaciones de los
pisos de alquiler. Ese puente nuevo entre el vivir con los padres y el vivir en
pareja o solo, un puente que muchos se han saltado, por supuesto, y que otros
han tomado hasta el fin de sus días, también, pero que ha tenido un boom
insólito en estos tiempos, sobre todo en ciudades grandes con grandes
especulaciones inmobiliarias donde también se ha concentrado más la oferta de
trabajo.
Pues
bien, en estos pisos de alquiler es en donde se irán desplegando, en esta
segunda parte de la novela, una cantidad ingente de personajes estrambóticos,
de todo tipo, de toda naturaleza, con todo tipo de problemas, de orígenes, de
intereses, de transformaciones, de destinos, en suma.
Madrid,
Barcelona, Lisboa, Londres, esos son los escenarios de estas aventuras y
desventuras vertiginosas llenas de la desmesura de los años fuertes de sus
protagonistas.
Es
aquí, en esta parte de la novela, donde la historia se expande en horizontal. Es la parte más extensa, más larga, de hecho.
Como
esos solos de los jazzistas en que divagan en libertad hasta lugares ignotos
para luego regresar a la melodía en la parte final de la pieza, así van pasando
la multitud de historias que componen esta parte de la novela.
Es la
parte más ambiciosa y la más dispersa para el lector, supongo, pero creo que
puede ser también la más entretenida, si se quiere, porque no paran de suceder
cosas, cosas significativas y pretendidamente sugerentes.
La
familia de los Idealistas lo que hace aquí, como digo, es expandirse de manera
voluntaria, no genética, de manera inabarcable casi (aunque cada historia está
hilvanada a conciencia, los lectores minuciosos quedarán satisfechos porque
cada personaje tiene su trayecto cuidado, aunque también los que quieran hacer
una lectura más evocativa y abierta, atmosférica, la pueden hacer sin errar al
menos en mis objetivos como autor): sea como sea, todos estos personajes con
sus historias que van deambulando por esos pisos de alquiler irán conformando
esa estirpe, esa casta, ese modo de hacer, de pensar, de existir… de
relacionarse.
Luego viene
ya la tercera y última parte de la novela, el regreso del solo de jazz a la
melodía.
Esta
tercera y última parte supone, en gran medida, la clave para interpretar toda
la obra.
Es el
tiempo del futuro.
Es el
futuro en boca de la bisnieta del patriarca (la hija del nieto), que no nos
habla desde cualquier sitio, además, sino que lo hace desde el mismísimo útero
de su madre, antes de nacer.
Nos
habla una criatura aún en la barriga de su madre.
Es la
voz de lo que está en potencia, del porvenir.
Y nos
da, como digo, las claves definitivas para poder cerrar esta historia: el
destino de sus protagonistas, los últimos giros narrativos, convergencias de
los personajes, entrecruzamientos argumentales, en fin, el desenlace. Pero
también, y sobre todo: el verdadero sino de esta novela, la vida.
Cito a
Edmund Husserl, en sus “Investigaciones Lógicas”: “nada tiene valor y
significado absoluto más que la vida; todo el resto, el pensamiento, la poesía,
el saber, solo valen en la medida en que de algún modo se refieran a la vida,
procedan de ella y tengan la intención de retornar a ella”.
Pues
eso.
Y esto
es un poco lo que yo tenía preparado para compartir con ustedes hoy. Una
especie de introducción, una divagación quizás demasiado sesuda y teórica (cosa
que tampoco es el tono de la novela, tranquilos: ya verán que les resulta
bastante más animada y llevadera que este rollo que les he metido hoy, espero).
En
cualquier caso, este libro a partir de ahora ya les pertenece a ustedes, a los
lectores.
Y si
está vivo, como me gusta pensar que lo está, se abrirá paso de manera autónoma.
Y cada cual lo vivirá a su manera. De manera distinta a la que yo he especulado
hoy aquí. Tal vez.
Es lo
que tiene la vida, que se abre paso de forma heroica e impredecible en su lucha
eterna contra la muerte.
Y es
así como tiene que ser.
De modo
que me callo ya, y que hablen los Idealistas.
Gracias a todos/as por estar ahí.
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